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Capítulo I Historias Inolvidables

 Historias Inolvidables.


Tengo treinta y nueve años y jamás olvidaré mi primer beso. Fue horrible. Un niño más grande que yo y que estudiaba en la misma prepa se hizo mi novio, desde la primer semana ya quería hacer de todo y yo como adolescente solo quería jugar fútbol. En alguno de los ratos que pasábamos juntos, se le ocurrió besarme y al besarme quiso pasarme su chicle, debo de confesar que casi me vomito, la experiencia fue completamente asquerosa, disgustada, me hice hacia atrás y con cara de asco le dije que se había terminado.

Seguramente aquel adolescente habrá pensado mil cosas, pero aquello era de por sí un martirio, así que decidí terminar.

Muchos se preguntarán que pasaba en mi cabeza, porque actué así con ese pobre adolescente, por qué no le di una segunda oportunidad; la respuesta era muy clara, pero yo no quería verla: era lesbiana. 

Doy gracias a todas las mujeres lesbianas que lucharon por nuestros derechos; sin embargo, yo también luché porque la época que me tocó vivir el nacimiento de mi lesbianismo no fue nada fácil. Mi familia siempre ha sido muy religiosa, mi madre nunca pudo aceptar por completo mis gustos y a mi padre le tenía un miedo terrible; él siempre me hacía ver que aquello era aberrante y que no estaba bien, y mis amigos por supuesto eran niños mimados y malcriados que no hacían otra cosa más que burlarse de mí en todos los sentidos, todo eran juicios, burlas y me sentía atrapada en un círculo sin salida.

Harta de mi situación, se me ocurrió acercarme a lo desconocido; empezaba la época del internet así que comencé a navegar por un mundo incierto e incluso podría decir que me puse en riesgo varias veces.

Me metí a un chat de mujeres lesbianas y una de ellas salió a la luz como un rayo de esperanza que rompe las nubes cuando crees que el clima se va a poner tremendo.

Comenzamos a platicar de cualquier cosa, hay gente que ve esto como si se fuera a acabar el mundo, como si hablar con desconocidos fuera lo más terrible y peligroso, pero la realidad es que para mi no lo fue y hasta la fecha no lo ha sido.

Platicamos trivialidades, las típicas preguntas que uno hace cuando conoce a cualquier persona: ¿De dónde eres?, ¿Qué edad tienes?, ¿Tienes hermanos?, ¿Cuándo descubriste que eras gay?, y así nos dió un mes. En aquel entonces solo existía el Messenger , el Messenger de Hotmail, así que nos agregamos y seguimos platicando.

La sensación que sentía era extraña, no la conocía físicamente y eso es muy agradable, ¿saben? Porque aprendes a mirar más allá del físico y empiezas a ver el interior de las personas.

Me agrado lo que leía, me llamaba a los desconocido y lo desconocido siempre es adrenalina; sabía que tenía que darle un giro a mi vida y que no podía seguir guardando mis sentimientos, así que esa era la mejor alternativa.

Decidimos vernos, pero había un problema que nunca consideré, o al menos pensaba que ese no era un problema cuando uno se enamora, tenía dieciséis años y ella tenía veintiuno. 

En ese momento no me importó, pensé mil maneras de verla. Ella tenía coche y yo aún andaba con mis padres para todos lados. Así que se me ocurrió un día de visita a la abuela verla en un parque.

Cuando llegamos ahí me hice tonta y les dije que sacaría a dar una vuelta a la perrita y me iría al parque a pasearla. No hubo objeción alguna, con bendiciones y pidiéndome que tuviera cuidado, me salí.

Debo aclarar que en ese entonces no había todos los tipos de comunicación que hay ahora, simplemente acordamos una hora y tanto ella como yo debíamos cumplirla.

Llegué al parque y me dediqué a buscarla, preguntándole a las chicas que me topaba en el camino si eran ella; hasta que la encontré. No era una mujer atractiva, pero no me importó, fue en lo que menos me fijé.

Me senté con ella a platicar por un buen rato, y me tomó de la mano y me besó. La manera tan tierna y tan sutil como lo hizo me hicieron sentir que volaba. Ahí, confirmé que mi gusto por las mujeres era real.

Siempre he sido una romántica empedernida, mi abuelo era poeta, mi tío es escritor y siempre me ha gustado la belleza del romance y el enamoramiento. Con el tiempo he tenido que aprender a descubrir que las relaciones van más allá de esa etapa; sin embargo, hasta la fecha soy una defensora del amor , porque el amor es lo que me tiene aquí escribiendo y es lo que me ha salvado de todas mis desventuras. 

Aprendí mucho de los hombres, demasiado diría yo. Me dedicaba horas enteras a observarlos, como se comportaban, como trataban a las mujeres. Por supuesto había cosas que no me gustaban y esas las desechaba, pero había cosas que se me hacían muy lindas y tomaba nota en mi cabeza, aprendí a ser un caballero. Pero algo siempre fue mi coco, y es que tenía la necesidad de parecerme a ellos, siempre andaba con el cabello corto, de jeans , mocasines y con comportamientos masculinos.

Nadie entendía mucho de que iba mi plan, todos me juzgaban , pero para mi no había otra manera de ser una lesbiana.

La relación con la chica del chat se terminó súbitamente. Mi madre se dió cuenta de nuestro amorío y yo en mi afán de gritarle al mundo que estaba enamorada y no poder hacerlo tuve un intento de suicidio. 

Mis padres junto con mis tíos tomaron la decisión de enviarme a un curso de señoritas. Ahí me enseñaron modales, como caminar, como comer de la manera correcta, vaya a ser toda una mujer ama de casa.

Fue ahí entonces cuando me cambió la visión y podría decir que un poco la vida. El día que me vi al espejo maquillada, vestida de manera femenina, me enamoré de lo que vi y entendí que si quería algo así yo también tenía que darlo. Era un ejercicio muy básico pero muy lógico.

Desde entonces me maquillaba diario, me peinaba, cambié mi outfit de chico rudo por el de mujerón y me aventé al mundo. Pero después de lo ocurrido con la chica del chat... volví a las andadas con los hombres. No soy una mujer fea en lo absoluto, diría yo que soy muy atractiva, porque tampoco soy guapa. 

Así que por esencia natural empecé a atraerle a los chicos, y acabé con uno de ellos. Todo el tiempo que estuvimos juntos no hicimos mas que tomarnos de la mano y darnos besos. La relación era muy simple y yo me sentía contenta. No me exigía más de lo que podía dar.

Yo tan ensimismada en descubrir mi orientación sexual me sacó del proyecto profesional, no tenía ni idea de que quería estudiar.

Pase por tantas ganas de estudiar tantas cosas que acabé perdida completamente. Pensaba que estudiar una carrera era como casarse, comprometerse para siempre con eso. Mi padre me asustó tanto que la realidad es que colapse y me bloqueé.

Entonces como buen jefe de familia tomó la decisión de enviarme a Alemania. Ahí estuve por casi el año cuidando gemelos de seis años y aguantando una vida que tampoco yo quería.

Pensando y reflexionando sobre mi exnovio y sobre lo que quería hacer cuando volviera, porque no pensaba quedarme ahí ni aunque me pagaran, tenía diecisiete años.

Pero allá el mundo era distinto, las mujeres se tomaban de las manos en la calle, los hombres se besaban con otros hombres y a nadie le importaba. La alemana con la que vivía muchas veces me regaño por quedarme contemplando y me decía : " - eso es normal, aquí cada quién es como cada quién quiere ser-"

Y entonces entendí algo.... no perder mi esencia. 

Volví después de un tiempo de vivir lejos y cambiaron muchas cosas. Mis padres se habían mudado a otro estado y yo entraría a la universidad.

No sé por qué elegí estudiar comunicación, en verdad no lo sé, nunca me consideré buena para algo más que para hacer ejercicio y jugar tenis, jugué más de ocho años y yo quería ser profesional en ese deporte , pero las dudas y las inseguridades y la gente a tu alrededor que no te ayuda, me hicieron dejarlo y ahí estaba yo frente a la universidad inscribiéndome en comunicación.

Justo estaba yo pensando en otras cosas, sin prestarle atención a nada más que entender de que iba la primera clase de lo que sería una carrera de cinco años, cuando una chica me empezó a ligar. ¡Qué destino! les juro que no hice nada, yo estaba muy ensimismada en ser buena estudiante y ahí estaba ella con su cara de borrego a medio morir por mi. 



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