Así que después de tanta fiesta, de acabar mi maestría y seguir en mi relajo, conocí a la que sería mi tercer pareja. Una mujer más grande que yo por dos años, que se definió conmigo con su familia y que fue bien aceptada dentro de su nucleo. Una mujer que me pareció maravillosa porque fue con la que viví por cinco años y con la que tuve once años de relación. No voy a decir que fueron maravillosos, porque mentiría y me choca escuchar a la gente que han sido años maravillosos, eso no existe, la vida es buena, las relaciones son buenas pero no todo es maravilloso; hay cosas o situaciones que la dejan a una muy jodida, que te hacen aprender y te vuelven a tumbar, así son las relaciones, así es la vida. Tuvimos buenos momento pero también caídas muy grandes, nuestro problema al final es que ella era de todos y yo era de ella. No le daba prioridad a la relación y quería encajar en todos lados y yo empecé a descuidar de mi, de mis sueños, de mi salud por darle todo a ella. No fue su culpa,
Y ahí estaba yo con mi segunda relación formal intentando arreglarlo todo. Cabe resaltar que cada una de las pareja que he tenido, y no han sido muchas, me enseñaron algo esencial de la vida, me llenaron el alma y me acompañaron en los momentos más maravillosos y más trágicos de mi camino, y gracias a cada una de ellas soy la mujer que soy y he madurado. Siempre viví con ellas en un tipo de cápsula, eran ellas y yo, no había más, era nuestra historia , nuestras travesuras. Y creo que al final eso es normal en cualquier pareja, te vuelves el cómplice del otro, es un mecanismo que si se da es lindo, porque aprendes a volverte una mancuerna esencial para que lo demás no se caiga. Pero si permites que los demás opinen, familiares, amigos, que los demás se involucren, esa mancuerna se rompe y por ende la relación se deteriora y se acaba. Con mi segunda pareja formal, que en realidad sería la tercera, pero no la cuento porque fue una historia fugaz y la verdad es que no pasó mucho, las cosa